web analytics

Pide una tostada con mantequilla y al servírsela la camarera se encuentra una escena surrealista: “Quiso…”

Cuando el desayuno se convierte en crónica.

Los relatos sobre experiencias en bares, restaurantes y cafeterías despiertan una curiosa fascinación en internet. Tal vez sea porque todos, en algún momento, hemos estado al otro lado del mostrador, como clientes o como trabajadores. Las buenas atenciones se celebran como actos de resistencia frente a la indiferencia; las malas, en cambio, se convierten en historias colectivas que desatan indignación, risas o asombro.

food, bread, butter

Este tipo de vivencias funcionan como pequeñas radiografías de lo cotidiano: muestran lo mejor y lo peor de cómo nos relacionamos en sociedad. Además, el entorno hostelero, con su ritmo frenético y sus códigos no escritos, suele generar situaciones tan absurdas como memorables. Y si algo hemos aprendido del universo digital es que lo absurdo viraliza con facilidad.

Al compartir estas anécdotas, no solo se expone la experiencia puntual de una persona, sino que se da voz a una profesión muchas veces invisibilizada. En cada hilo, post o comentario se pone en evidencia la precariedad estructural, el desequilibrio entre clientes y empleados, y los límites —a menudo traspasados— del respeto mutuo.

Mantequilla y malas formas.

En ese marco se inscribe la historia contada por la usuaria de Threads paolabarneto, que ha recuperado una escena de su pasado como camarera en una cafetería. “Un cliente quiso ponerme una hoja de reclamaciones porque me negué a untarle la mantequilla en la tostada. Recalco que no tenía ningún problema de movilidad”, ha señalado.

Una frase que concentra incredulidad y agotamiento, como si ni siquiera el tiempo transcurrido hubiera aliviado del todo lo absurdo del momento. La usuaria relata que el cliente, lejos de conformarse con la negativa, decidió escalar el asunto a niveles insospechados. “Se quedó esperando dos horas a mi jefa para decirle lo mala empleada que era… y no, no se comió la tostada”, ha remarcado. Lejos de tratarse de una rabieta momentánea, el gesto tomó tintes de pequeña cruzada personal contra una trabajadora que, simplemente, no accedió a un capricho.

El cliente siempre tiene la última palabra.

El esperpento se alargó porque la encargada, como muchas otras en el sector, no tenía un horario predecible. En palabras de la camarera: “como su jefa no tenía horario fijo, la estuvo esperando dos horas y finalmente el cliente se acabó marchando”. Un episodio tan desproporcionado como revelador: a veces, el problema no es el servicio, sino lo que algunos creen que tienen derecho a exigir.

El motivo de tanta insistencia parece ser que, en otro local que frecuentaba el mismo cliente, sí le untaban la mantequilla.
“Por lo visto, en la cafetería a la que iba todos los días, la chica que atendía las mesas se la preparaba o eso decía. Personalmente, lo dudo mucho”, ha apuntado la usuaria. Y con ese último apunte, deja en el aire una duda: ¿cuántas de estas escenas tienen menos que ver con la atención al cliente y más con la necesidad de imponer una jerarquía?