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“Parece mi abuela con arrugas”: Ramón, decepcionado con el físico de su cita, no se calla, pero la respuesta de ella es mágica

‘First Dates’ no deja de sorprender a los espectadores.

En la vibrante arena de la televisión en España, el fenómeno ‘First Dates’ se ha consolidado como un gigante del entretenimiento, un refugio de romance en el vasto páramo de la programación regular. Al timón se encuentra Carlos Sobera, cuyo talento innato y encanto innegable son tan vitales para el espectáculo como el libreto lo es para el teatro. ‘First Dates’ ha logrado lo que muy pocos programas pueden: ha capturado los corazones de la audiencia nacional, fomentando incansablemente el amor en su expresión más auténtica y espontánea.

El ingrediente secreto de su triunfo parece ser la capacidad del programa de maniobrar a través de las complejas corrientes del amor moderno. Guiado por la experta mano de Carlos Sobera, ‘First Dates’ ha evolucionado más allá de su concepción inicial, convirtiéndose en un símbolo de diversidad e inclusión, iluminando y encantando a los espectadores con enseñanzas sobre la vida, el amor y la aspiración a una felicidad compartida.

Maite y Ramón, una cita sin química ni compasión.

La ardua travesía en pos del amor continúa desplegándose en nuestras pantallas gracias a ‘First Dates’. En una reciente velada de martes, Carlos Sobera junto a Laura Boado recibían a un nuevo grupo de participantes en el espacio de Cuatro, todos llegados con la ilusión de hallar a esa persona que resuene con sus preferencias. No obstante, la participación en el programa no asegura un final feliz, y muchos se enfrentan a decepciones desde el comienzo.

Entre los personajes destacados de esa noche se encontraban Maite y Ramón. Maite, una soltera catalana de 84 años, llegaba al conocido restaurante del amor en compañía de su nieta Noelia. “Vengo con ella como castigo porque fue la que me apuntó”, comentaba con un toque de humor. “La pareja ideal de mi abuela tiene que tener dinero y pelo”, añadía la nieta entre risas.

No mucho después, Ramón, un soltero catalán de 88 años, hacía su entrada en el restaurante. “Estoy como un chaval”, proclamaba con orgullo. Sin embargo, la energía positiva que ambos traían se disipaba al instante de conocerse. “Lo veo muy poca cosa… Quería una persona delgada, pero no dije consumida”, juzgaba ella con desilusión. “Tiene los dientes podridos y eso a mí me afecta al darle un beso”, criticaba él, sin ocultar su disgusto.

Se quedan sin final feliz.

La cena se iniciaba con los comensales compartiendo detalles de sus vidas. Ramón revelaba que llevaba seis años en viudez y que anhelaba encontrar compañía para no sentirse solo. “No me veo al lado de una persona tan enclenque”, confesaba ella, mostrando su descontento. Ramón, por su parte, compartía su afición por las caminatas y los pasatiempos como las sopas de letras. “Da penita, es como si pasara mucha hambre”, comentaba Maite, expresando una mezcla de compasión y crítica.

La conversación tomaba un giro cuando Ramón descubría que Maite era cuatro años menor que él y no dudaba en expresar su sorpresa. “Aparenta más, parece mi abuela con arrugas. Yo tengo 88 años y no tengo tantas arrugas”, decía, comparando su aspecto con el de ella. Maite no se quedaba callada y replicaba al enterarse de su edad. “No se ve muy mayor, se ve consumido”, afirmaba, devolviendo el comentario.

En un intercambio más íntimo, ambos discutían sobre sus pasadas profesiones y Maite compartía algunas penas recientes. “No me parece bien que hable de la muerte, no viene a cuento”, reprobaba él, mostrando su incomodidad con el tema. Al llegar el momento de saldar la cuenta, Ramón optaba por invitar a Maite a la cena, un gesto que no era bien recibido por la soltera, quien insistía en pagar su parte. Así, en la decisión final, no había sorpresas y ambos optaban por seguir caminos separados.