Un adiós que deja huella.
Las pérdidas humanas tienen un impacto emocional que trasciende lo individual y se instala en el tejido de una sociedad. La muerte de una figura pública, especialmente si se trata de alguien querido y respetado, suele despertar un duelo colectivo que combina admiración y tristeza. Aunque la aceptación de la mortalidad es un proceso natural, ciertas partidas nos enfrentan con un vacío difícil de llenar. Así ha sucedido con el fallecimiento de Lola Cordón, una actriz cuya trayectoria artística ha dejado una marca imborrable en la televisión, el teatro y el cine español.

La noticia de su muerte, ocurrida esta madrugada en Jávea (Alicante) a los 88 años, ha sido confirmada por la Fundación de Artistas Intérpretes, Sociedad de Gestión (AISGE). Cordón, reconocida por su trabajo en series icónicas como Querido maestro, El comisario, Amar en tiempos revueltos o El internado, se había ganado un lugar especial en el corazón del público. AISGE expresaba en la red social X: “Tristísimos. Esta madrugada nos ha dejado la actriz Lola Cordón. Una mujer moderna, simpática y talentosa. En 2023 le concedimos el Premio Actúa por su carrera artística”. Un mensaje breve, pero lleno de reconocimiento hacia una figura que será recordada no solo por su talento, sino también por su humanidad.
Una vida marcada por la pasión por el teatro.
Lola Cordón descubrió el amor por el arte escénico en su infancia, cuando acompañaba a sus padres al teatro con apenas seis años. Esa fascinación temprana se convirtió en su vocación, llevándola a formarse en el Teatro Universitario de Valencia, donde dio sus primeros pasos como actriz. Aunque nacida en el País Vasco, Cordón adoptó Valencia como su hogar artístico y emocional, lo que marcó el inicio de una carrera que abarcó varias décadas. Bajo la dirección de figuras como Pilar Miró, participó en películas como Gary Cooper que estás en los cielos (1981) y Werther (1986), consolidándose como una intérprete versátil y comprometida.
A lo largo de los años, su perfil se adaptó a los cambios de la industria, destacando también en producciones más recientes como Fuga de cerebros (2009), dirigida por Fernando González Molina, Diecisiete (2019), de Daniel Sánchez Arévalo, y Un efecto óptico (2020), de Juan Cavestany. Estas películas demuestran cómo supo aprovechar la madurez y singularidad de su físico y su presencia escénica, haciendo de cada papel una creación memorable.
Un legado que trasciende la pantalla.
Aunque su éxito en televisión es innegable, con papeles en series que marcaron a generaciones de espectadores, el teatro siempre fue el alma de su trayectoria. Trabajó con algunos de los directores más prestigiosos del panorama escénico, como Krystian Lupa, Mario Gas, Alfredo Sanzol y Angélica Liddell. Cada obra en la que participó fue una oportunidad para explorar los matices de personajes complejos y cargados de humanidad.

Su último proyecto, Verano en diciembre, una comedia dramática dirigida por Carolina África, se estrenó apenas la semana pasada, mostrando que, incluso en los últimos momentos de su vida, Lola Cordón continuaba comprometida con su arte. El público y la crítica coincidieron en valorar su capacidad para conectar con las emociones humanas, una característica que definió su carrera y que ahora se convierte en su mayor legado.
El mundo de la interpretación pierde a una figura irrepetible, pero sus obras, y el impacto que tuvo en quienes la conocieron y admiraron, aseguran que su luz seguirá brillando más allá de su partida.