Un programa que nunca decepciona.
First Dates sigue despertando curiosidad año tras año por su mezcla de sinceridad incómoda y ternura inesperada. El formato funciona porque convierte lo íntimo en espectáculo sin adornos, dejando que los protagonistas hablen sin guion y que el público juzgue con complicidad. Además, la estructura del programa propicia escenas que van desde lo hilarante hasta lo conmovedor, creando un cóctel emocional que engancha a distintas generaciones.

El plató actúa como un microcosmos social donde se ponen a prueba costumbres, manías y pequeños rituales personales. Ahí radica otra de sus fortalezas: el programa traduce esas pequeñas diferencias culturales en momentos televisivos memorables. La sencillez del planteamiento —dos desconocidos, una mesa, cámaras y conversaciones— facilita que cualquiera pueda identificarse con lo que ocurre.
Los espectadores también celebran la honestidad de los participantes, sobre todo cuando rompen con estereotipos regionales o de estilo de vida. Esa ruptura genera debates en redes y en sobremesas, alimentando el interés episodio tras episodio. En definitiva, First Dates funciona como espejo, comedia y foro social al mismo tiempo.
Lo que engancha.
En el capítulo más reciente, la atención se centró en un soltero vasco de 39 años que se presentó con una mezcla de ironía y orgullo profesional: «catador profesional». A su llegada fue recibido por el presentador con la calma habitual y en cuanto habló se presentó como «un chico trabajador, enfocado y disfrutón». Su origen en Barakaldo y su forma de contarlo dibujaron un personaje con sello propio que prometía chispas durante la velada.
La conversación tomó un cariz divertido cuando salió a relucir una costumbre vasca muy concreta y asentada en reuniones informales. Andoni no dudó en reivindicar su bebida de siempre con total naturalidad: «Lo bebo porque es un tópico en el País Vasco. Hemos crecido con él y la verdad es que está rico». La confesión sirvió para contrastar tradiciones y provocar una reacción inmediata por parte de su compañera de mesa.
La otra comensal era Diana, una riojana de 27 años que atraviesa un año sabático y se declara apasionada del vino «de verdad». Antes de conocerse ya dejó claro su gusto y humor con una frase ligera sobre sus preferencias: «Me gustan los chicos con ‘flow’, pero que no sean maleantes». Al encontrar a Andoni, aunque le atrajo en primera instancia, admitió que no encajaba exactamente con el tipo de hombre que suele preferir.
Choque de estilos y elogios mutuos.
Los temas fluyeron con naturalidad y pronto afloraron coincidencias familiares que acercaron posturas entre los dos. No obstante, la velada alcanzó su punto álgido cuando abordaron la manera de beber vino, uno de esos asuntos aparentemente trivial que revela mucho. Andoni explicó sin rodeos su costumbre gastronómica: «Soy más de mezclarlo con Coca-Cola. Soy el típico que se sienta a comer con amigos, piden una botella de 30 euros y yo echo Coca-Cola».
La réplica de Diana fue tan rotunda como en tono de broma y con sabor regional: «¡Yo te mato! Un vino bueno no se puede mezclar. Siendo de La Rioja, me ha dolido». La tensión resultó ser más un gesto cómico que un conflicto real, y hasta el presentador se sumó con una frase que subrayó la provocación amistosa del momento: «A ver si eres capaz de no mezclar un buen vino, por muy vasco que seas». La escena quedó en anécdota y contribuyó a que la cita no descendiera en intensidad.
A pesar del desacuerdo sobre cómo tomar el vino, la química entre ambos no pasó desapercibida para ninguno de los dos. Andoni valoró la encuentro con calidez y comentó el buen sabor de la velada con palabras cariñosas: «Me ha gustado su carácter y su forma de ser. Se me ha hecho corto». Al finalizar, propuso un pequeño gesto para prolongar la historia: «Me debes una copa».
Propuesta y advertencia.
Diana aceptó la invitación pero no sin dejar una advertencia en clave de broma que reforzó el tono lúdico de la noche: «Cuando vengas a Logroño te haré una ruta del vino… y si me echas Coca-Cola en el vino, te lo echo a la cabeza». Entre risas y complicidad, abandonaron el restaurante con la intención real de verse de nuevo y con planes por concretar. El episodio cerró con la imagen de dos personas dispuestas a explorar diferencias y afinidades fuera de cámaras.
Al final, el punto más comentado no fue solo la peculiar preferencia de Andoni sino el inesperado reto lanzado por Carlos Sobera, que encendió conversación. Ese desafío del presentador se convirtió en el hilo conductor de numerosas publicaciones y memes en redes sociales, donde usuarios opinaron, bromearon y compartieron el momento con entusiasmo. En pocas horas la escena se hizo viral y el debate sobre vino, coca-cola y costumbres regionales ocupó la portada efímera de la conversación digital.