Cuando la crítica gastronómica se convierte en espectáculo.
Los artículos que diseccionan experiencias gastronómicas triunfan porque despiertan una curiosidad universal: todos comemos, pero no todos hemos cenado en un tres estrellas Michelin. Estos textos apelan al deseo de exclusividad y al morbo de saber si la fama —y el precio— están realmente justificados. Además, cuando las palabras vienen de comensales comunes o creadores de contenido ajenos a la élite culinaria, el lector siente que está accediendo a una opinión más cercana, sin filtro.
Sumado a eso, el éxito de estas crónicas radica en su capacidad de crear una especie de justicia emocional. Si el trato fue bueno, celebramos con el autor. Si fue malo, sentimos que desenmascaró a un gigante. Esa empatía convierte cada relato en una pequeña batalla entre expectativas y realidad, donde el lector toma partido. Y si el narrador es carismático o ya tiene una comunidad fiel, el interés se multiplica.
También hay un componente aspiracional: leer sobre un menú de casi 400 euros nos permite soñar despiertos, aunque no lo vayamos a probar nunca. Al final, estos textos funcionan como catálogos sensoriales. Alimentan la imaginación, provocan antojos y, a veces, influyen en decisiones futuras. ¿Quién no ha guardado mentalmente el nombre de un restaurante tras leer una reseña jugosa?
Donostia, estrellas y expectativas.
Martín Berasategui no necesita presentación entre los amantes de la alta cocina. Con 11 estrellas Michelin en su haber, su nombre es sinónimo de excelencia, técnica y sabor llevado al límite. El restaurante que lleva su nombre en Lasarte-Oria —y que ostenta tres de esas codiciadas estrellas— es, para muchos, una parada obligatoria en el mapa culinario del país.
Allí no se va solo a comer: se va a vivir una experiencia que combina arte, ciencia y emoción. Desde la disposición de los cubiertos hasta la arquitectura de los platos, todo está diseñado para impresionar. Por eso, cada visita genera tanta expectación, y cada crítica puede levantar pasiones o decepciones profundas.
Ese fue el caso de Sezar Blue, youtuber especializado en gastronomía, que suma más de medio millón de suscriptores. Decidió trasladarse a Lasarte-Oria para probar de primera mano lo que tantos consideran una experiencia inolvidable. “He venido a probar la comida del Restaurante de Martín Berasategui. Va a ser el menú más caro que he probado aquí en España. Espero que valga la pena”, advierte al inicio.
Un menú que dejó huella.
El creador optó por el menú degustación, que tiene un precio de 395 euros. Una cifra que no deja indiferente a nadie, pero que en este caso pareció justificarse desde el primer plato. “Cada plato es más espectacular que el anterior. Vaya explosión de sabores, qué mezclas”, exclama entre sorpresa y admiración.
Lejos de mostrarse intimidado por el entorno o el precio, Sezar Blue se deja llevar por el momento. Admite que no suele frecuentar restaurantes de este nivel, pero reconoce el valor de la experiencia. “Hago un esfuerzo grande por venir a estos sitios, pero es una experiencia que no me podía perder, no me arrepiento nada”, confiesa.
La visita no solo fue satisfactoria: fue memorable. El youtuber no duda en colocar al restaurante de Berasategui en su podio personal. Lo califica como “uno de los que más” le han hecho disfrutar y lo sitúa en su “top tres de manera directa”. Un elogio contundente viniendo de alguien que ha probado decenas de menús por todo el país.
Cuando el elogio no impide la crítica.
Sin embargo, incluso entre tanto entusiasmo, hay espacio para la mirada crítica. Durante la cena, Sezar Blue no tuvo reparo en señalar una pequeña pega en una de las elaboraciones. No lo hizo con ánimo destructivo, sino como quien valora cada detalle sin dejarse llevar del todo por el aura del lugar.
Esa honestidad es, quizás, una de las claves de su éxito. Ni el prestigio del chef ni el precio del menú impidieron que compartiera su impresión con naturalidad. Al fin y al cabo, los relatos más valiosos son los que equilibran emoción y criterio.
Y es precisamente eso lo que transforma una cena en contenido relevante: la capacidad de contarlo sin adornos innecesarios, con entusiasmo, sí, pero también con verdad. Porque en un mundo saturado de opiniones, las que se sostienen con sinceridad siguen siendo las más sabrosas.