Qué fuerte.
Alessandro Lequio lleva más de media vida instalado en la televisión española. Aristócrata italiano, aterrizó en nuestro país como protagonista de la crónica social, primero por sus relaciones sentimentales y después por su árbol genealógico, que siempre ha fascinado a las revistas. A lo largo de los años, su apellido ha pasado de los ecos de sociedad a convertirse en una presencia diaria en los magacines matinales. Esa transformación, de personaje perseguido por los fotógrafos a opinador fijo, explica en buena medida el peso que ha tenido en la llamada prensa rosa.

Su popularidad terminó de consolidarse cuando dio el salto a los platós de Telecinco como tertuliano. Allí encontró un espacio perfecto para su estilo directo, a menudo áspero, comentando los avatares de la vida sentimental de otros famosos mientras la suya propia seguía siendo tema recurrente. En programas como ‘El programa de Ana Rosa’ primero y ‘Vamos a ver’ después, su figura quedó asociada al comentario mordaz y a la frase lapidaria. Durante casi treinta años ha sido uno de esos rostros que el espectador reconoce incluso antes de que aparezca el rótulo con su nombre.
Lequio ha sido también un termómetro de cómo ha cambiado la prensa del corazón. Representa la transición de las portadas cuidadas y pactadas de los noventa al minuto a minuto de las redes y los realities. Ha ejercido de puente entre dos generaciones de colaboradores: la de los viejos cronistas y la de los influencers televisivos. Y, al mismo tiempo, se ha convertido en símbolo de esa televisión de vísceras y emociones en directo que tantas audiencias ha dado… y tantos escándalos ha acumulado.
Un conde ante el espejo.
No es la primera vez que el nombre del conde salta de la sección de “colaboradores” a la de “polémicas”. Su carácter impetuoso le ha dejado enfrentamientos sonoros con compañeros y entrevistados, especialmente con mujeres periodistas que no compartían su punto de vista. Entre esas tensiones figura la que mantuvo con Isabel Rábago, con quien llegó a protagonizar discusiones que rebasaron el simple debate televisivo. A ello se suman los conflictos públicos con su exmujer, la modelo Antonia Dell’Atte, que desde hace años le atribuye episodios de malos tratos y ha mantenido ese relato pese al paso del tiempo.

En este contexto de tormenta permanente, llegó el movimiento más drástico de la cadena. El miércoles 19 de noviembre, Mediaset comunicó a Alessandro Lequio que daba por terminada su colaboración tras casi tres décadas de relación profesional. La decisión, fulminante y sin transiciones, sacudió el ecosistema de tertulianos y abrió un debate inmediato sobre los límites de la tolerancia en pantalla.
Según publicó el diario ‘El País’, la empresa justificó internamente el cese en las acusaciones de violencia que Dell’Atte había detallado en una entrevista reciente al periódico. En aquella conversación, la italiana pronunció una frase que ha vuelto a circular con fuerza estos días: “La primera patada que me dio Lequio, estando embarazada, fue a la vuelta de la luna de miel”.
A los viejos reproches de su exmujer se sumaban, además, los choques recientes en ‘Vamos a ver’ con compañeras como Alejandra Rubio, Patricia Pardo o la propia Isabel Rábago, episodios que habían generado incomodidad incluso entre la audiencia más fiel del formato. En este clima enrarecido, la decisión de apartarle se leyó como la conclusión lógica de un largo desgaste.
Pero la reacción que más ruido ha hecho no ha sido la de la productora ni la de sus defensores, sino la de Rábago, también expulsada de Telecinco a comienzos de 2025 tras un enfrentamiento especialmente duro con el tertuliano. La periodista ha encontrado ahora la ocasión de ajustar cuentas simbólicamente compartiendo en redes el mensaje que le envió Antonia Dell’Atte cuando fue ella la despedida, una suerte de reparación tardía que, por mucho que lo niegue, huele a pequeña venganza.
Cuando la herida sigue abierta.
En su perfil de Instagram, Isabel Rábago rescata aquel texto de la modelo para contextualizar su propia caída en desgracia. Escribe, literalmente: “Hoy quiero mostraros algo que siempre había guardado para mí”, una frase que sirve de pórtico para regresar a uno de los momentos más duros de su vida profesional. A continuación recuerda el día exacto en el que perdió su silla en Telecinco: “el 3 de enero de 2025, en mi peor momento, cuando la herida sangraba a borbotones, cuando me enfrentaba a artículos infames que entrecomillaron muchas mentiras, auspiciadas por nombres propios, cuando no entendía nada, cuando buscaba las explicaciones que no me dieron y que nunca han llegado, ella me escribió”. Ese “ella” es Dell’Atte, que decidió tenderle la mano cuando buena parte del sector guardaba silencio.

La italiana, cuenta Rábago, le habló con una franqueza que todavía hoy la desarma: “sin conocerme de nada, contactó para hacerme sentir que estaba conmigo. Ella, desde la distancia me daba el aliento que alguno de los que pensé que eran valientes no hicieron, siguen sin hacerlo. El miedo es el alimento de los cobardes y de los mediocres”. Y en el mensaje privado, Dell’Atte lanzaba un dardo directo contra la maquinaria televisiva que, a su juicio, había protegido al colaborador durante años: “¿Otra silenciada? Por blanquear a un maltratador reconocido. La verdad está saliendo… tiempo. Todos los que han encubierto a mi ex, cobardes y son muertos que andan en vida con las mentiras y vendiendo el alma al diablo. El mal se destruye con el mismo mal entre ellos!!!”.
Rábago reconoce que aquel texto “me hizo llorar. Me llegó. Llevaba semanas sin querer tener contacto con nadie, llorando muchísimo y no me avergüenza reconocerlo”, y que le ayudó a recomponerse tras un despido que vivió como injusto. Hoy, al publicarlo justo cuando Lequio pierde su silla, insiste en que lo suyo no es venganza sino memoria, aunque el gesto se lea inevitablemente como una revancha contra la cadena que la apartó.
De la alfombra roja al frío pasillo.
El caso de Lequio y la reacción de Rábago se suman a una larga lista de salidas abruptas y vetos en la órbita de Telecinco en los últimos años. Una de las más sonadas fue la de Paz Padilla, despedida en 2022 tras abandonar el plató de ‘Sálvame’ antes de tiempo en plena discusión sobre las vacunas de la covid con Belén Esteban. Mediaset alegó incumplimiento de sus obligaciones como presentadora para justificar la rescisión del contrato, aunque la humorista terminó demandando a la empresa y logró su readmisión meses después, en una de las rectificaciones más comentadas del grupo.
Algo parecido ocurrió con Carlota Corredera, que pasó de ser una de las caras más potentes del universo ‘Sálvame’ a desaparecer del mapa de Telecinco en 2022. La periodista ha contado en varias entrevistas que su defensa en prime time del testimonio de Rocío Carrasco y de los discursos feministas le “costó el puesto”, mientras otras versiones apuntan a la caída de audiencia como detonante principal. Años después, ya al frente de otros proyectos, ha descrito su marcha como un proceso “muy doloroso”, lleno de situaciones desagradables y silencios incómodos por parte de quienes fueron sus compañeros durante casi dos décadas.
Más allá de los despidos, la cadena también ha recurrido al arma del veto. El llamado “giro editorial” de Mediaset en 2023 dejó fuera de juego a varios personajes vinculados a la docuserie de Rocío Carrasco y a su entorno familiar, hasta el punto de prohibir que se emitieran imágenes o se pronunciara su nombre en los programas. Entre los afectados figuraban la propia Rocío, Fidel Albiac, Antonio David Flores, Rocío Flores, Kiko Rivera u Olga Moreno, entre otros rostros habituales de los debates de corazón. Esa lista de “intocables” simbolizó el cambio de rumbo de la empresa y evidenció hasta qué punto el mando a distancia también se ejerce desde los despachos.
Telecinco y sus puertas giratorias.
Los colaboradores de ‘Sálvame’ han vivido en carne propia esa política de puertas que se cierran y, a veces, se vuelven a abrir. Diversas informaciones han hablado de listas negras internas que incluían a nombres tan emblemáticos como Belén Esteban, María Patiño, Kiko Hernández o Lydia Lozano, convertidos de la noche a la mañana en no gratos para determinados espacios de la casa. Productores y exdirectivos han reconocido que, tras la cancelación del programa, hubo colaboradores a los que directamente “se les prohibió la entrada” a las instalaciones de Mediaset, una forma de borrar de golpe más de una década de televisión diaria.
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Con el tiempo, algunos de esos vetos se han ido levantando y la fotografía ha cambiado de nuevo. Lydia Lozano, por ejemplo, ha regresado recientemente como colaboradora fija en un programa de prime time, demostrando que las decisiones editoriales en Telecinco son tan volátiles como las audiencias. También se ha hablado de la posible vuelta de Antonio David Flores, vetado en plena ola de acusaciones por maltrato psicológico, después de que la cadena revisara su código ético y se replanteara estrategias.
En paralelo, otros como Paz Padilla o la propia Isabel Rábago han optado por construir su futuro lejos de Fuencarral, aunque sus nombres sigan volviendo una y otra vez a los titulares. El despido de Alessandro Lequio, con el eco de las palabras de Antonia Dell’Atte y la revancha silenciosa de Rábago, se convierte así en el último capítulo de una historia que Telecinco lleva años reescribiendo a golpe de despidos, vetos… y giros de guion inesperados.