Ha fallecido inesperadamente una leyenda de la música: Gracias por todo y buen viaje

Trágica noticia.

Hay noticias que detienen la rutina como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo de golpe. No se trata solo de un titular triste, sino de la certeza de que una pieza fundamental de nuestra memoria colectiva acaba de desaparecer. Cuando se marcha alguien que ayudó a definir una época, lo que duele no es únicamente la pérdida, sino el eco de todo lo que vivimos gracias a su trabajo. La cultura, de repente, se siente un poco más huérfana.

En la música popular ocurre a menudo: artistas que nunca conocimos en persona, pero cuyas canciones acompañaron exámenes, viajes, primeros amores y últimos bailes. Sus nombres se confunden con ciudades, con veranos concretos, con grupos de amigos que ya no vemos tanto. Cuando uno de esos nombres se apaga, sentimos que también se cierra definitivamente un capítulo de nuestra propia biografía. La noticia no entra solo en la sección de cultura: se cuela, silenciosa, en la vida cotidiana de varias generaciones.

El impacto es aún mayor cuando hablamos de figuras que no buscaban protagonismo pero sostuvieron, desde un segundo plano aparente, el sonido de toda una escena. Ese tipo de músicos que, con unas pocas notas, eran capaces de hacer reconocible una canción al instante. Quienes vivieron el final de los años ochenta y los primeros noventa en el Reino Unido saben bien lo que significaba un bajo determinado sonando en una sala pequeña o en un festival. Hoy es precisamente ese latido el que ha dejado de sonar.

Un latido de bajo que cambió todo.

En las últimas horas, el mundo de la música británica ha recibido la confirmación de una noticia que muchos se resistían a creer. Fue un hermano, a través de un mensaje breve y desolador en redes sociales, quien comunicó que el músico había fallecido. El texto, cargado de dolor, hablaba de un corazón roto y pedía descanso para el artista, sin entrar en detalles sobre las causas. Las primeras informaciones apuntan a un posible colapso, pero de momento no hay una versión oficial.

Ese músico al que la familia despide con tanta tristeza es Gary “Mani” Mounfield, histórico bajista de The Stone Roses y, durante una etapa, pieza importante también en Primal Scream. Nacido en Manchester, formaba parte de esa estirpe de instrumentistas que no necesitan estar en primera línea para dejar una huella imborrable. Su presencia en el escenario, aparentemente discreta, quedaba desmentida en cuanto sonaban las primeras notas de su bajo. El peso de muchas canciones icónicas descansaba, literalmente, en sus manos.

Con The Stone Roses, Mounfield ayudó a construir un sonido que hoy es sinónimo de finales de los ochenta y principios de los noventa en el Reino Unido. Sus líneas de bajo fueron fundamentales para esa mezcla explosiva entre el baggy, el rock de guitarras luminosas y el espíritu hedonista del llamado sonido Madchester. De aquella etapa surgieron dos discos de estudio que se han convertido en referencia obligada: el debut homónimo de 1989 y el más infravalorado, pero reivindicado con el tiempo, “Second Coming”, de 1994. Pocas bandas con tan corta discografía han logrado un legado tan duradero.

La banda sonora de una generación.

Cuando la formación original se deshizo, Mani no tardó en encontrar un nuevo hogar musical. Se integró en Primal Scream, otro nombre imprescindible para entender la música británica contemporánea, aportando de nuevo ese bajo cálido y contundente que terminaba por anclar cada canción al cuerpo del oyente. Años después, el círculo se cerró con el esperado regreso de The Stone Roses en 2011, una reunión que convirtió conciertos en auténticos rituales de nostalgia y celebración. De aquella etapa salieron también nuevas canciones, como “All For One” y “Beautiful Thing”, que demostraban que la química seguía intacta.

La curiosidad y el talento de Mounfield no se quedaron ahí. El bajista se sumó al supergrupo Freebass, un proyecto tan singular como lógico en el universo del pop alternativo británico: tres bajistas legendarios —él, Andy Rourke de The Smiths y Peter Hook de New Order— compartiendo espacio junto al vocalista Gary Briggs, de Haven. La iniciativa fue celebrada por los fans como un pequeño sueño cumplido, un punto de encuentro entre distintas ramas de una misma genealogía musical. Mani parecía disfrutar de ese juego de espejos entre historias, estilos y generaciones.

Las muestras de cariño y conmoción no han tardado en llegar. Ian Brown, su compañero de viaje en The Stone Roses, ha sido uno de los primeros en despedirse públicamente. También lo han hecho Liam Gallagher, ex Oasis; Tim Burgess, de The Charlatans; o Rowetta, voz inconfundible de Happy Mondays, entre otros nombres clave de la escena británica. Sus mensajes dibujan un retrato coincidente: el de un músico brillante y un amigo leal, cuya ausencia deja un hueco enorme tanto en los escenarios como fuera de ellos.

Hoy, mientras se multiplican los homenajes, los discos vuelven al reproductor y las listas de reproducción se llenan de bajos que ya no volverán a sonar en directo. En cada batería que entra después de una línea de Mani, en cada riff de guitarra que se apoya sobre su trabajo, hay una manera de mantenerlo presente. La historia del pop británico no puede entenderse sin su aportación, y la de miles de fans, tampoco. Que descanse en paz Gary “Mani” Mounfield; su música seguirá haciendo ruido mucho tiempo después del silencio.

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