La pérdida de una figura ejemplar.
La pérdida de un ser querido tiene la capacidad de imprimir cicatrices profundas en el tejido social, y esto se intensifica cuando ese ser querido ha dejado una huella significativa en la vida de muchos. La aceptación de la muerte como una etapa inevitable del ciclo vital puede brindarnos cierto grado de consuelo y resignación. Sin embargo, cuando la muerte llega de manera inesperada y se lleva a una figura querida y respetada, el dolor puede convertirse en una carga insoportable. Este es precisamente el caso del fallecimiento de José Antonio Abella.
José Antonio Abella, un hombre de múltiples talentos y contribuciones, nos ha dejado a los 68 años. Nacido en Burgos pero adoptado por la ciudad de Segovia, Abella se destacó como médico, escultor y escritor, dejando un legado imborrable en cada una de estas facetas. Como literato, sus habilidades narrativas le valieron varios premios prestigiosos, entre ellos el Ateneo Ciudad de Valladolid, reconocimiento que subraya su destreza con las palabras y su capacidad para tocar el alma de sus lectores.
Controversia y legado artístico.
En los últimos años, Abella se convirtió en una figura controvertida debido a la instalación de una estatua del diablillo en la calle San Juan, obra que él mismo creó. Esta polémica no solo captó la atención local, sino que resonó a nivel internacional, siendo cubierta por medios de comunicación en Reino Unido, Alemania, China, Nueva Zelanda y Estados Unidos.
La magnitud de la respuesta sorprendió al propio Abella, quien se sintió abrumado y perplejo ante la reacción global. Él lamentó profundamente que esta situación proyectara una imagen “intolerante, arcaica y retrógrada de Segovia”, destacando que ni la ciudad ni España se identificaban con “estas personas integristas y ultrarreligiosas”, como enfatizó en sus declaraciones.
La inspiración para la estatua surgió de una leyenda similar a la del Acueducto de Segovia, que Abella conoció en Lübeck, Alemania. Motivado por esta historia, propuso la idea al Ayuntamiento y, con un gesto altruista, renunció a cualquier ganancia económica derivada del ‘merchandising’, bajo la condición de que los fondos se destinaran a la restauración del patrimonio segoviano. Este acto no solo refleja su amor por el arte, sino también su compromiso con la preservación cultural.
Un hombre de múltiples talentos.
Además de su polémica y su creatividad, Abella también dejó su marca como escultor con obras significativas, como el Monumento a la Trashumancia de Segovia. Su pasión por las letras se manifestó desde 1992, cuando publicó su primera novela, ‘Yuda’. A lo largo de su vida, escribió un total de 11 novelas, con ‘El corazón del cíclope’ (2023) siendo su obra más reciente. Cada libro de Abella es un testimonio de su habilidad para explorar y narrar las complejidades de la condición humana.
La muerte de José Antonio Abella es una pérdida irreparable para todos aquellos que admiraban su obra y su persona. Su legado, sin embargo, perdurará en las páginas de sus libros, en el bronce de sus esculturas y en el corazón de quienes tuvieron el privilegio de conocerlo y disfrutar de su arte. Abella no solo deja atrás una colección de obras, sino también un ejemplo de dedicación y amor por la cultura que seguirá inspirando a futuras generaciones.