Polémica en Telecinco.
Isa Pantoja, conocida también como Isa Pi, creció bajo el foco de los platós antes casi de aprender a manejar su propia intimidad. Hija adoptiva de Isabel Pantoja, su vida quedó ligada desde niña al imaginario colectivo de la copla, las portadas de revistas y los programas de corazón. Su infancia se escribió entre Cantora, los estudios de televisión y unos pasillos donde la fama era rutina y no excepción. Con el tiempo, esa niña tímida se convirtió en personaje fijo del universo del corazón, para bien y para mal.

Con la mayoría de edad llegaron también los realities, las tertulias y las primeras exclusivas en solitario. Isa empezó a contar su versión de la historia familiar, mientras intentaba construir una identidad propia al margen del apellido Pantoja. Sus relaciones sentimentales, sus estudios y hasta sus decisiones cotidianas han sido analizados y juzgados en directo, programa tras programa. En ese escaparate continuo, ha tenido que aprender a poner límites donde durante años solo había silencios o gritos.
Su vínculo con la prensa rosa ha sido siempre ambivalente: escaparate, altavoz y, a la vez, campo de batalla emocional. Gracias a los medios ha encontrado independencia económica y una plataforma para defenderse de relatos ajenos, pero también ha revivido traumas familiares delante de millones de espectadores. Cada aparición suya supone un equilibrio delicado entre proteger a su familia y protegerse a sí misma. Y en ese equilibrio, Isa ha ido pasando de ser “la hija de” a una mujer que exige ser escuchada por su propio nombre.

En los últimos años, además, se ha mostrado más reflexiva y crítica con el circo mediático del que forma parte. Ha contado sus inseguridades, ha hablado de salud mental y ha dejado claro que ya no está dispuesta a soportar ciertos comentarios ni dentro ni fuera de casa. Frente a una generación que normalizó lavar los trapos sucios en televisión, Isa se presenta como alguien que intenta reconciliarse con su pasado sin renunciar a señalar lo que le hizo daño. Y en ese proceso de renacimiento personal llega una de las noches más delicadas de su trayectoria televisiva.
Televisión como espejo.
En la emisión número cien de ‘¡De viernes!’, Isa decide ocupar el centro del plató para responder a dos frentes abiertos: las revelaciones del ‘Scoop’ y la intensa entrevista que su hermano Kiko Rivera concedió días antes. Allí, sentada frente a las cámaras, vuelve a atravesar algunos de los capítulos más dolorosos de su infancia y adolescencia dentro del clan Pantoja. La joven se enfrenta a las imágenes de Kiko arrepentido, asumiendo errores y pidiéndole perdón por comportamientos que ella nunca olvidó. Sobrevuela una pregunta que todos se hacen, dentro y fuera del plató: ¿será capaz de aceptar ese gesto de arrepentimiento?

“Verle así para mi es… si no lo veo no lo creo. Me impresiona mucho verlo tan frágil tan solo tan así. En ese aspecto sobre ese episodio de la maguera si le creo y quiero creérmelo, quiero pensar que después de tanto tiempo ha cambiado. Nunca vamos a ser los mismos que éramos. Lo que yo permitía antes ahora no lo permito. Hay cosas que no puedo pasar por alto… No tengo confianza en él. Me encantaría abrazarle, pero no me fío”
Las palabras de Isa resuenan en silencio en el plató, mientras la audiencia recuerda aquel episodio del “manguerazo” en Cantora que ella misma relató como una de las noches más traumáticas de su vida. La escena de un hermano vulnerable no borra de un plumazo años de reproches, desencuentros y dolor acumulado. Isa deja claro que existe un cariño profundo, pero también una desconfianza que no desaparece con una sola entrevista. Entre la niña que callaba y la adulta que marca límites hay un abismo que ya no está dispuesta a cruzar sin más.
“En el fondo le quiero. Siempre le he justificado y sé que ha tenido sus momentos duros. Se ha criado en esa familia pero, yo no soy así y estaba la posibilidad de que él tampoco lo fuese. Aun así, le tengo muy presente en mis fiestas de navidad”.
Perdón aplazado.
Durante la conversación, los colaboradores le piden que mire directamente a cámara y le envíe un mensaje a Kiko, gesto que resume el pulso permanente entre el espectáculo y la verdad íntima. Esa interpelación directa al hermano con el que ha compartido tantos desencuentros abre la puerta al tema central de la noche: el perdón. Sin embargo, Isa no quiere precipitar un titular fácil ni un abrazo televisado que luego no se mantenga lejos de los focos. Prefiere, por primera vez, priorizar su propia paz antes que el relato familiar de unidad aparente.

“Siempre me he creído que estoy en deuda con ellos aunque me digáis que no, pero…. ¿dónde estaría yo si no fuese por ellos? Pero, por una vez me lo voy a creer, necesito ver que es de verdad y necesito mi tiempo. Le quiero y le quiero perdonar, pero no estoy preparada. Por una vez no me siento en deuda”
El conflicto de Isa no es una excepción en el panorama mediático español, sino casi un espejo de otros dramas familiares que se han ventilado ante millones de espectadores. El caso de Rocío Carrasco y su hija Rocío Flores marcó un antes y un después en la forma de contar estas historias, con una docuserie que convirtió el dolor íntimo en debate social. Allí también se habló de malos recuerdos, distancias imposibles y de si el perdón puede construirse cuando las heridas se han contado en prime time. A día de hoy, la relación entre madre e hija sigue marcada por esa exposición pública que lo cambió todo.
En otra órbita, pero con elementos similares, se mueve la familia de Kiko Matamoros, donde los desencuentros con algunos de sus hijos han llenado horas de tertulias. Reproches cruzados, ausencias en momentos clave y acusaciones de haber elegido la televisión antes que la familia han formado parte del guion. Como en el caso de Isa, los intentos de acercamiento conviven con la desconfianza y el miedo a volver a salir dañados. Cada paso hacia la reconciliación parece necesitar no solo tiempo, sino también un pacto claro sobre lo que se cuenta y lo que se guarda.
Algo parecido ocurre con otras sagas mediáticas, como la de Belén Esteban y el padre de su hija, Jesulín de Ubrique, donde el vínculo paterno-filial ha sido motivo recurrente de confrontación pública. Aunque no se trate de hermanos, sí existe la sensación de que las cámaras han condicionado la manera de comunicarse, alimentando resentimientos y malentendidos. En todos estos casos, como en el de Isa Pantoja, el perdón no solo pasa por una disculpa televisada, sino por un trabajo silencioso lejos de los focos. Un trabajo que, de momento, muchos de ellos aún tienen pendiente.