Arturo Pérez-Reverte frena en seco a Pablo Motos.
Pablo Motos es uno de los presentadores más reconocidos de la televisión española gracias a su programa El Hormiguero, que lleva años combinando entrevistas, ciencia, humor y momentos virales. A lo largo del tiempo, ha desarrollado un estilo personal que mezcla el espectáculo con comentarios más serios sobre la actualidad, que él mismo introduce a menudo en forma de monólogos. Estas reflexiones, sin embargo, no siempre caen bien entre la audiencia, sobre todo cuando el tono se vuelve sentencioso o las opiniones polarizan.
No es raro que Motos aproveche las visitas de figuras destacadas para lanzar preguntas incómodas o traer a colación temas sociales candentes. Lo hace con una mezcla de aparente ingenuidad y un claro deseo de provocar respuestas. Pero en ocasiones, como ocurrió este miércoles, el intento le sale por la culata y genera momentos de evidente tensión en el plató.
El invitado era Arturo Pérez-Reverte, un rostro habitual del programa y autor de una nueva entrega del Capitán Alatriste, Misión en París. Todo apuntaba a una noche literaria y de reencuentros hasta que el presentador decidió girar el rumbo de la conversación hacia terrenos mucho más pantanosos.
De las letras a la actualidad.
“Tenemos mucho de qué hablar, porque está el mundo que no cabe ni un loco más”, fue la frase con la que Pablo Motos marcó el tono de la entrevista, dejando claro que la política no quedaría fuera del menú. Durante los primeros minutos, Pérez-Reverte habló con soltura de su novela, del proceso creativo y de su reencuentro con el espadachín más célebre de la literatura española.
Sin embargo, el ambiente cambió de forma abrupta cuando Motos lanzó la primera pregunta de calado social. “Me gustaría que hablásemos de los temas delicados que hay encima de la mesa en España. Voy a empezar por uno gordo, la inmigración. La ilegal, o la ilegal…”, comenzó el presentador, obligando al escritor a reaccionar. Pérez-Reverte, visiblemente incómodo, zanjó el intento: “Yo he venido a hablar de mi libro aquí”.
El intercambio no terminó ahí. Motos, algo nervioso, insistió: “Es que es un tema muy complicado por el que nadie quiere pasar, entonces…”. Pérez-Reverte, con resignación en el rostro, accedió a decir algo, pero sin ocultar su molestia. “Puede estar equivocada o no pero es la mía y me la acabas de preguntar en público, lo cual es una cabronada”, dijo sin rodeos, dejando claro que no estaba dispuesto a entrar en polémicas por sorpresa.
Un jardín demasiado espinoso.
Aun así, el escritor se pronunció con cierta cautela sobre el tema: “Lo primero de todo, son seres humanos, no son animales. Los queremos trabajando pero cuando no trabajan que desaparezcan…”. Con estas palabras intentó abrir una reflexión más amplia, aunque cargada de contradicciones, sobre cómo Europa maneja la inmigración y las tensiones que esta genera.
.@PerezReverte habla de Alatriste según la política: “Ha sido atacado por ambos extremos” #PérezReverteEH pic.twitter.com/wJqgy2Ss2R
— El Hormiguero (@El_Hormiguero) September 3, 2025
“Hay empresarios que se benefician mucho de esa mano de obra legal o ilegal”, añadió, antes de lanzar una frase que resumía perfectamente su incomodidad: “Joder me has metido en un jardín de cojones tío”. La entrevista, lejos de mantener el tono habitual de camaradería, se tornó en una especie de pulseo ideológico sin preparación.
Finalmente, Pérez-Reverte trató de poner punto y final a la discusión con una visión más histórica del fenómeno: “La inmigración ilegal es inevitable, todos los imperios acaban siendo invadidos por bárbaros…”. Aunque matizó sus palabras y dejó claro que hablaba desde una óptica personal y narrativa, el daño ya estaba hecho: la conversación había perdido el foco original y ganado en tensión.
Cuando la entrevista se convierte en juicio.
El incidente no es aislado, sino que pone de relieve una tendencia habitual en El Hormiguero: la de utilizar la popularidad de los invitados como vehículo para introducir debates que no siempre están preparados —ni deseados— por quienes se sientan frente a Motos. En esta ocasión, la jugada no salió bien y Pérez-Reverte, curtido en mil batallas mediáticas, no dudó en poner límites.
Aunque el público suele agradecer la espontaneidad y la valentía para tocar temas incómodos, también es cierto que no todos los contextos son válidos para ello. Obligar a un escritor a posicionarse políticamente cuando ha acudido a presentar una novela no parece, a ojos de muchos, la forma más honesta de hacer televisión.
Pérez-Reverte, fiel a su estilo directo y sin adornos, respondió como pudo. Pero dejó una lección clara: incluso los entrevistadores más veteranos deben medir mejor el terreno que pisan si no quieren acabar perdiendo el control de su propio programa.