Cuando el menú no lo es todo.
Pocas cosas despiertan más interés colectivo que los relatos sobre comidas que salen mal… o demasiado bien. La experiencia gastronómica se ha convertido en un fenómeno social que trasciende lo culinario: se discute la cuenta, se analiza el servicio, se viralizan los excesos. En un entorno digital donde todos podemos ser críticos de TripAdvisor, cada historia que involucre una factura abultada o un camarero borde genera conversación asegurada.
Además, los establecimientos de restauración tocan una fibra muy sensible: el bolsillo y la expectativa. Nadie quiere pagar de más por un plato mediocre, pero tampoco por uno excelente si el trato es abusivo. De ahí que los artículos sobre experiencias en restaurantes —especialmente los que contienen cifras astronómicas o prácticas dudosas— funcionen como pequeñas novelas de poder, dinero y normas difusas.
Y si hay un factor que eleva el morbo, ese es la percepción de injusticia. El lector no solo quiere saber qué comieron los otros por 63.000 euros, sino por qué alguien podría añadir una propina de casi 6.000 sin pedir permiso. El caso del restaurante Annabel, en Palmanova, cumple con todos estos ingredientes y ha estallado como un cóctel viral.
La cuenta del escándalo.
Una fotografía compartida por el propio restaurante Annabel ha desatado una ola de indignación y asombro en redes sociales. En ella se muestra el ticket de una cena para dieciocho personas que alcanzó la cifra de 63.237,90 euros. Lo que más ha llamado la atención no ha sido solo el precio, sino los 45.000 euros cobrados en “diversos platos de pescado”, sin más detalle, y la suma de una “opcional 10% service charge” [sic] que se traduce en una propina automática de 5.748,90 euros.
El medio Mallorca Zeitung, dirigido a residentes y turistas alemanes, ha sido el primero en publicar los detalles del ticket. A través de su cobertura se ha reabierto el debate sobre la legalidad y la ética de imponer una propina sin previo aviso. Aunque el restaurante asegura que todo está claramente indicado en el recibo, no deja de ser significativo que haya tenido que explicarse públicamente tras la reacción generalizada.
Ver esta publicación en Instagram
El asunto ha escalado tanto que ha intervenido incluso la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), recordando que “la propina en España no es obligatoria y el servicio debe estar siempre incluido en el precio”; y que, por tanto, “cobrarla como concepto adicional resulta ilegal”. Según el Diario de Mallorca, el recargo aplicado por Annabel se situaría en un claro terreno irregular.
Transparencia… según quién.
Desde el restaurante se han defendido alegando que operan con “total transparencia”. Sostienen que el importe del recargo aparece “en mayúsculas y en negrita, imposible de pasar por alto”, pese a que no se consulta con el cliente antes de añadirlo. Ante la cuestión legal, han recurrido a una fórmula ambigua: lo consideran una “zona gris”.
Pero esta no es la primera vez que Annabel se encuentra en el ojo del huracán por este tipo de prácticas. El propio Diario de Mallorca ya había informado anteriormente sobre quejas similares de clientes sorprendidos al descubrir la propina automática. Algunos ni siquiera se dieron cuenta hasta que ya habían pagado y abandonado el local.
El debate, más allá de este caso concreto, vuelve a poner el foco en cómo se comunican (o no) los costes adicionales en la hostelería. Porque más allá de si el cliente puede o no permitirse una cena de lujo, lo que está en juego es el consentimiento. Y en una factura de cinco cifras, cada línea cuenta.