Cuando el adiós nos sacude por dentro.
Hay despedidas que trascienden lo personal y se convierten en un duelo compartido. Cuando alguien conocido por todos se va, la noticia recorre titulares, redes y conversaciones, dejando un eco difícil de apagar. El pasado 31 de agosto, miles de personas se estremecieron al conocer la partida de la actriz Verónica Echegui, que falleció tras varias semanas ingresada en el Hospital 12 de Octubre de Madrid. La noticia llegó como un golpe seco, silencioso, que todavía resuena.
Siete días después, ha sido Álex García, su expareja y compañero de tantos años, quien ha puesto palabras al vacío. El actor eligió despedirse a través de una carta publicada en el diario El País, donde las emociones fluyen como un río desbordado. “¡Fara frica!”, comienza su mensaje, un guiño íntimo cargado de complicidad. “Nos miraban todos con el mismo amor que desprendíamos… Porque amor, llama a amor. Y así era siempre contigo”, escribe, recordando un vínculo que ni el tiempo ni la distancia lograron borrar.
Entre líneas, late la historia de dos personas que, pese a la ruptura, nunca dejaron de caminar juntas en cierta forma. En el tanatorio, cuentan, Álex no se separó del féretro de Verónica, como si quisiera sostenerla un poco más en esta vida. Para él, no era solo la actriz reconocida por el público, sino la mujer que le enseñó a mirar el mundo de otra manera.
Una vida que multiplicaba identidades.
En su carta, Álex García revela una faceta íntima de Verónica, retratándola como una mujer que habitaba muchas vidas en una sola piel. “Fuiste italiana, inglesa, murciana, catalana y canaria… Siempre agarrabas las raíces y las hacías tuyas”, confiesa, evocando la capacidad de la actriz para desdibujar fronteras. La describe como alguien que no solo interpretaba personajes, sino que los encarnaba desde un lugar profundo y visceral.
Más que una actriz, la llama “canal”, alguien capaz de conectar con las emociones colectivas. “Nunca fuiste actriz, fuiste canal. Altavoz de los corazones dormidos de esta tierra”, escribe. Pero su despedida no es únicamente un lamento; es también un llamado a transformar la pérdida en algo más grande: “Solo quiero que esa ola de Amor continúe en tsunami y apague todos los informativos del mundo”.
El texto, cargado de simbolismo, revela que para Álex el adiós no se vive en silencio, sino en expansión. Cada frase parece un intento de romper la lógica de la muerte, de convertirla en un acto de resistencia emocional. Como si, a través de las palabras, pudiera devolverle a Verónica el aire, aunque fuera por un instante.
Bailar en medio de las lágrimas.
Uno de los momentos más conmovedores de la carta remite a una conversación que ambos compartieron en Katmandú. Allí, Verónica reflexionaba sobre el modo en que los funerales españoles esconden la vida detrás del dolor, proponiendo celebrar la existencia en lugar de sumirse en la pena. “Mis ojos han llorado, Vero, han llorado mucho en los últimos días…y también mis pies han bailado sin pensar, y te he visto sumergirte en este océano inmenso que ahora tengo enfrente, este trocito de océano en el que bañamos a Roberto Pérez Toledo mientras sobrevolábamos la película que nos fundió para siempre”, confiesa el actor.
El recuerdo lo arrastra también a Rumanía, donde descubrieron el significado de un término que hoy cobra un nuevo peso: “Te he visto volar libre y feliz como tantas veces habíamos hablado y bailar libre al fin. Tu partida me ha recordado millones de momentos… entre ellos aquel día en Rumanía. A la mañana siguiente preguntamos qué significaba ‘fara fricka’. Sin miedo, significaba”.
Álex concluye su carta con una promesa, una especie de pacto íntimo que trasciende la muerte: “Seguiré tu hermoso legado, Vero. Sin miedo, descalzo y con Amor”. En esas palabras, hay un cierre que en realidad es un comienzo, un intento de convertir la ausencia en motor, de hacer que la ola de amor de la que habla no se detenga nunca.